CINE (casi) MUDO.
Acostada
en esa cama, con sabanas blancas, en donde mis deseos se vuelven palpables. Te diviso
con tus ojos cerrados a mi derecha, como si durmieras. Inmóvil como la muerte
solo siento el calido perfume de tu respiración y agradezco mis elecciones.
Quisiera
despertarte con el sigilo con el que te
despierta el trinar de un pájaro, pero yaces tan placida que mi egoísmo
aminora.
Mis
ojos se cierran en un nuevo descanso. Y los pájaros se transforman en ruidos
inanimados de un reloj que marca mis límites en el tiempo. Mis ojos se abren,
en la misma habitación, en la misma cama, en el mismo tiempo. Pero ya no estas.
Mi
boca pronuncia la única palabra que conoce, tu nombre. Y mientras el silencio
se pelea con mi pedido, el eco resuena en mi alma vacía.
Me
incorporo en la inercia de buscarte y mi casa no es más que esa habitación en
donde no te encuentro.
Me
rindo en esas sabanas que huelen todavía a tu boca y me despido mientras te doy
la espalda.
Escucho
los pasos del reloj y siento como tu cuerpo se mete en nuestro lecho, me
acaricias el pelo y el corazón.
Tu
presencia me regala la armadura de un cuerpo laxo que descansa. Pero mi
armadura se oxida y mis ojos se abran reticentes a mi sueño. Otra vez no estas.
Te perdí.
Pero
ya no te busco.
Y así
despierto en esa cama que no es la mía, en esa cama rancia de excesos.
En
mi mesa de luz un cenicero colmado de sueños que se apagaron y ese frasco de
pastillas que de vez en cuando me muestran tu cuerpo.
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